domingo, 21 de marzo de 2010

La prueba del aburrimiento: una herramienta del editor

La atención es la prueba inequívoca del lector (bajo circunstancias normales) de la falta de eficacia de un texto. Si logra leer atentamente, sin levantar la mirada de la página, regresando a su libro aun después de las interrupciones banales –como ir al excusado, comerse una galleta o atender una llamada telefónica– entonces el libro está funcionando. Si comienza a pensar en algo distinto mientras sus ojos se deslizan por la página, si se queda dormido sin quererlo ni darse cuenta, si se deja llevar por cualquier distracción para abandonar la lectura… entonces tenemos un serio problema.

Como escritores y como editores, el reconocemiento de estos momentos en el texto es una de nuestras más refinadas herramientas en la corrección profunda; no la de ortografía o gramática, sino la estructural, la de hilación, la de ritmo y secuencia de la obra.

Si yo, editor o escritor convertido en lector, cuando leo me doy cuenta de que he desplegado estos mecanismos inconscientes de autodefensa frente a un texto malo, inmediatamente debo despertar y regresar a los pasajes en donde mi mente comenzó a divagar, porque ahí es donde están los problemas, ahí es donde debo ser implacable, ahí es donde el marcador rojo debe hacer estragos sin misericordia. Porque si no lo hace alguien, será el lector quien sufra.

Si tenemos un lector cautivo, obligado por las circunstancias a leer el libro –como los estudiantes frente a sus materiales didácticos–, dejar pasar textos mal escritos, aburridos y llenos de estorbos es someter al lector a una tortura innecesaria. Ya está probado que el lector pocas veces culpabiliza al texto por su falta de atención o su ineficacia en la lectura; usualmente se culpa a sí mismo y entra en un proceso de autoflagelación por sentirse incapaz de seguir el hilo del texto.

Por otro lado, si nuestro lector elige por su libre albedrío las obras, como es el caso de la edición comercial, dejar pasar textos malos se traducirá en malas ventas, obras empantanadas en los almacenes y pérdidas inevitables.

Así, la autoconsciencia (consciencia de uno mismo) es un mecanismo fundamental del escritor y del editor: es nuestra guía intuitiva para acercarnos a un texto y decir, sin más, ¡eliminemos esto!, ¡corrijamos aquello!, ¡simplifiquemos!, ¡cambiemos de lugar! Los lectores nos lo agradecerán.


Advertencia
Al ser esta una prueba subjetiva, habrá siempre circunstancias atenuantes que inciden sobre la atención: cansancio, aversiones personales, estrés, enfermedad… Estas también deben ser tomadas en cuenta por el editor, para que pueda identificar si es su propia circunstancia personal la que incide sobre la lectura o es, en efecto, un problema textual.

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