lunes, 12 de octubre de 2009

El libro electrónico como nuevo género

La clasificación de las obras literarias es un vicio de antaño en la historiografía de la literatura y, sin embargo, también está sujeto al vaivén de la moda. Tenemos las clasificaciones básicas, basadas en el tipo de lenguaje, estructuras narrativas internas e incluso tipos de contenidos de una obra: ficción y vida real; poesía y narrativa; cuento, novela y teatro... Por encima de estas categorías, aparecen los géneros estéticos, a veces impuestos por los críticos, a veces elegidos por los propios escritores: naturalismo, realismo, regionalismo romanticismo, surrealismo, nueva novela...

La moda en nuestros días obvia todos los aspectos que antes eran considerados centrales (lenguaje, estructura, ideologías, propósitos) y se centra en nuevos métodos de clasificación basados en la forma. Ahora se habla de literatura electrónica como un género por derecho propio. Se diferencia de la literatura tradicional vertida a formatos electrónicos en su manera de ser escrita, publicada e internamente estructurada. Así, ahora aparecen los conceptos de blognovela, wikinovela, hipernovela, webnovela y, desde luego, la novedad del momento: la novela colectiva. Así puede verse ya en el recién abierto Portal de Literatura Electrónica del Instituto Cervantes, que, en su intento por conservar una producción ligada a la vida efímera e insustancial de la web, se convierte, por rebote, en legitimador de estos nuevos modos de escritura.

A las clasificaciones del Instituto Cervantes cabría, con todo derecho, agregar los fanfic, obras que transitan en el límite de la lectura y la escritura, casi siempre publicadas por entregas entre círculos de lectores web (foros, blogs, portales de fanfic) y originados, sin excepción, por la lectura de mundos y personajes de los que el lector no logra desprenderse al finalizar la última página.

No sabemos durante cuánto tiempo más nos seguirá deslumbrando la “nueva tecnología” en su novedosa manera de crear, entregar y acceder la forma externa del texto. El solo reconocimiento de la existencia de sus posibilidades abre preguntas: ¿Tendrá (o ya lo ha tenido) éxito real y documentable entre los lectores (y entre cuáles)? ¿Cuántas personas acceden realmente a la lectura de estos textos (no cuántas pueden acceder, sino cuántas, en efecto lo hacen)? ¿Hay una diferencia significativa en la experiencia de lectura? ¿Cómo inciden las propias tecnologías de la hipervinculación y la fragmentación el proceso de lectura? ¿Hay ámbitos de escritura no literarios que podrían beneficiarse, acaso con más éxito, de estas posibilidades?

Mis experiencias personales reales con la lectura de textos hipervinculados han sido lo suficientemente desastrosas (a pesar de mi entusiasmo) como para mantener alerta mi escepticismo; pero eso es, quizás, porque los diseñadores de los materiales web de lectura no los ensamblan con mentalidad de lectores y no se imaginan los problemas y necesidades que tales materiales plantean, para aspectos tan sencillos y fundamentales como mantener la continuidad de la lectura, dar cuenta de cuánto se ha leído y, lo más básico, retomar la lectura luego de haberla interrumpido. La ventaja de la web es, a menudo, su propia maldición: la libertad del hipervínculo a veces lo hace irrecuperable fuera del instante mismo en que ha sido encontrado.

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